La mujer más fea del mundo

informació obra



Direcció:
Bàrbara Mestanza
Autoria:
Ana Rujas
Intèrprets:
Ana Rujas
Ajudantia de direcció:
Edu Tudela, Maria Roig
Assesoria de moviment:
Carla Tovías
Escenografia:
Anna Cornudella
Sinopsi:

Una dona.

Despullada.

Al terra d’un lavabo.

El buit al bell mig de Madrid… o potser de Barcelona.

Una dona jove, una dona normal, amb una vida normal i un dolor incisiu a l’estómac. El dolor inherent de l’ésser humà.

Una sobredosi de la vida mateixa. Sobreprès a causa de massa cultura Kitsch, barata i plena de plàstic. Una persona resultant del consumisme més tòpic d’aquest segle XXI a la recerca de la sortida més ràpida: la salvació o la mort.

Aquest és el resultat de la barreja de les vides d’Ana Rujas i Bàrbara Mestanza.

Després de 28 intents de sinopsi, de 28 intents per explicar el què veuràs entre aquestes quatre parets, de 28 intents per explicar el què volem explicar, la companyia LA OTRA BESTIA ha pres la decisió de simplement expressar això:

LJKAESNDZNDSCKJhkjnljxdnslkjdbalkjABLJBlkjbkjhVSXHJBLAJSBFKND!!!!!!

Crítica: La mujer más fea del mundo

24/12/2018

Esta crítica podría haber sido escrita en una nota de iphone

per Meritxell Caralt

La mujer más fea del mundo                                                                                                                                                                   Sala Atrium, 12 de diciembre del 2018 [caption id="attachment_3840" align="aligncenter" width="207"] © Carlos Luque[/caption]

La mujer más fea del mundo es una pieza de nueva creación estrenada en la Sala Atrium, una co-creación de Bàrbara Mestanza y Ana Rujas. Nos encontramos delante de una pieza de autoficción: Un relato en primera persona construido a partir de experiencias reales de las creadoras y otras mujeres. El equipo es eminentemente femenino tanto en los roles organizativos como en los creativos y dudo que eso sea una casualidad. A continuación, haré varias apreciaciones alrededor de esta pieza que nos confronta con la realidad de cualquiera de nosotros.

De entrada, La Mujer más fea del mundo me hizo pensar en El guardián entre el centeno de Salinger. En primer lugar porque el lenguaje verbal a través del que se expresa la actriz es puro argot, cotidiano, sin estilizar. Sumando este lenguaje, las acciones que va construyendo la actriz y la ropa que lleva, se nos construye delante una imagen muy reconocible; la feminidad de estar por casa. Los pelos sujetados por un moño mal hecho y los dedos con olor a coño porque después de masturbarnos nos ha dado palo lavarnos las manos.

Ana Rujas (o el personaje resultante de esta mezcla de experiencias de diferentes mujeres) es Holden Caulfield. Y tanto Holden como Ana están vacíos. O dicho de otra forma: viven el vacío del joven occidental. El que lo tiene todo pero nada le satisface. Y en La mujer más fea del mundo saben hablarnos de este vacío. Lo interesante de poner este vacío en escena es que empatizamos con él y a la vez nos parece ridículo. Esa chica nos recuerda a nosotros mismos. A nosotros mismos un amanecer volviendo a casa borrachos, con frío, sudados y escribiendo en una nota de iphone (cual disléxico) lo mal que nos sentimos por tener que ir a casa y acostarnos solos. Viendo la mujer más fea del mundo nos damos cuenta de nuestra pequeñez. Porque es igual de doloroso que ridículo ser esclavo de la sociedad de consumo.

El dispositivo escénico es ideal, sencillo, práctico, al servicio de cada momento.Tanto las luces como las proyecciones están en la medida justa para acompañar la narración y ayudar a crear las atmósferas. Durante toda la función, la intérprete derrocha energía, se pone a mil y nosotros seguimos cada segundo de la historia sin perder interés. Al principio de la función saca a alguien del público para bailar una canción lenta y me eligió a mí. Las dos bailamos muy cerca de las butacas del público. Más fuera que dentro del escenario. Tuve una sensación extraña. Por un lado me sentí inmensamente cómoda en contacto con su cuerpo, pero por otro lado tuve la sensación que la intérprete no me invitaba a entrar del todo en su espacio (el escenario). Por un momento me faltó que se tomara el tiempo para hacerme entrar y mirarme a los ojos. Entonces me pregunté si es esta nuestra naturaleza. Si es verdad que somos la generación del videoclip y no paramos a mirar a nadie. Cuando alguien acaba de entrar en nuestras vidas ya está saliendo. Y al final acabamos volviendo a casa borrachos y escribiendo nuestras penas en una nota de iphone para luego hacer una captura de pantalla y colgarla en un instastory.

Meritxell Caralt @TxellCaralt