El bramido de Düsseldorf El canal, 18 de novembre 2018
Una breve y fácil sinopsis de la obra podría ser: Un padre acompaña a regañadientes a su hijo para un proyecto incierto en Dusseldorf, lugar en que hospitalizará y morirá tras los infartos.
Sergio Blanco es un director de origen uruguayo que se maneja muy bien en la temática de la autoficcion, género muy poco utilizado en la dramaturgia. En este caso, muestra esta historia aparentemente sencilla para abordar multiplicidad de temas de fondo como la relación entre padres e hijos, la muerte, la soledad, la religión, el arte, la sexualidad. Todos ellos de una forma tan original y rompedora que provocan que el espectador no tenga ni un segundo de tregua para relajarse. En ella, la verdad y la invención se imbrican y se superponen y, es difícil reconocer cuando los actores son personajes o autores.
Prayer in C del dúo francés Lilly Wood and the Prick remezclado nos da la bienvenida. Una captation nos presenta a los tres actores y la trama. Por lo tanto entendemos que el argumento de la historia no se basará en la clásica estructura argumental del inicio, nudo y desenlace, sino que irá más allá. Al principio el padre de Sergio Blanco no está muerto y muere en la obra. En una ciudad de Düsseldorf que se convierte en epicentro de esta autoficción. Ciudad a la que han ido no sabemos si por una entrevista con una productora de cine porno, para colaborar en una exposición sobre el asesino en serie Peter Kurten o para una circuncisión previa a convertirse a judaísmo. El todo y el nada en una hora y cuarenta minutos de función.
Tres actores representan estos sueños y realidades que pueden ser verdad, sueño o ficción. Ellos son Gustavo Saffores que representa al director Sergio Blanco, Walter Rey que es el padre y el Rabino y Soledad Frugone con papeles que van des de una clásica madre reclamando la muerte de su hijo a un ejecutiva de la productora de la película porno. Los tres permanecerán en la escena durante toda la obra, lugar que será un elemento más de esta investigación creativa. Pocas piezas de mobiliario y algunos micrófonos de pie los acompañan. Laura Leifert y Sebastian Marrero, los escenógrafos, juegan con tres paneles blancos para que el videoartista Miguel Grompo ilustre los momentos claves de cada bramido como fragmentos de la película de Disney Bambi, o imágenes de los campos de exterminio como analogía a los diferentes traumas de los personajes: la muerte de una madre o los asesinatos en serie.
En conclusión, una obra que con pocos elementos nos transmite la idea de collage entre un “yo” real y de medias verdades donde es necesario el uso de la imaginación para que no se convierta en un juego egocéntrico de trileros un tanto insubstancial.
Adriana Vázquez @avazquezballo